lunes, 8 de septiembre de 2008

El Rueda o el Romi


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El fin de todas nuestras exploraciones

Será llegar donde empezamos

Y conocer el lugar por primera vez.

T. S. Eliot.



Estaba colgado en el recibidor de casa y, en una ocasión navideña, mi tía, mientras se despedía, metió con curiosidad los dedos por uno de los huecos y tiró. El cuadro a punto estuvo de caer al suelo.

-Pensé que era una alacena empotrada -se justificó ante la risa general-. Un armarito donde guardar las llaves.

Yo ya sabía, porque me lo había dicho mi padre, que aquello era arte, así que me reí también -como se ríen los niños imitando a los mayores-, del equívoco y de la ignorancia de mi tía. Mi tía, no se crean, era la que más fuerte se reía, supongo que de nosotros.

Al parecer, ahora me entero, un equívoco parecido está en el origen de que ese cuadro llegara a mi casa. Me cuenta mi padre que a finales de los años 70, su estudio de arquitectura realizó unas reformas en las oficinas de la fábrica de celulosa, en Huelva; unas reformas que, además de tirar tabiques y reordenar el espacio, llegó a participar en la decoración, comprando obras de informalistas españoles a la Galería Juana de Aizpuru. Entre ellas estaba este cuadro de Gerardo Rueda que el director de la fábrica, ajeno a las bromas de sus empleados y visitantes, mantuvo en su despacho hasta que se marchó. “El Romi” llamaban con sorna al cuadro, porque se parecía a esos armaritos de cuarto de baño donde se guardaban los cepillos de diente, las cuchillas de afeitar, el peine, el polvo de talco y la lata de Nivea; Romi era, por aquel entonces, la marca más conocida de aquellos muebles, hoy en el olvido.

Busco infructuosamente en internet alguna imagen de uno de esos armaritos para ilustrar la página, pero solo encuentro un anuncio por palabras: “Armario Romi sin estrenar 75 Euros”. Y una historia trágica perdida en la Guía de la Jurisprudencia española sobre Productos Defectuosos, donde se documenta la muerte por electrocución de un niño al tocar, mientras se duchaba, un armarito Romi. “Dicho armario tenía un defecto de fabricación: un cable estaba desprovisto de protección, debido a un pinzamiento, por lo que el armario era conductor de la electricidad”. En fin, sirva el terrible ejemplo para hacerse una imagen del tipo de armario con el que se comparaba la obra de Gerardo Rueda: esas alacenas estrechas, de aluminio, cubiertas por puertecitas de espejos, con bombillas y aire de tocador soviético.

Mi padre me terminó de contar que cuando la fábrica de celulosa, al cabo de los años, cambió de dirección y de oficinas, un técnico de la empresa lo llamó para decirle que iban a tirar “El Romi”, que si él lo quería. De esta forma rocambolesca llegó el cuadro de Gerardo Rueda a mi casa, brindándome la primera experiencia con el arte contemporáneo de la que guardo memoria.


Kazimir Malevich. Blanco sobre blanco, 1918.

Muchos años después, cuando en clase de Historia del Arte me enseñaron el cuadro Blanco sobre blanco de Malevich, yo ya estaba avisado. Por esa época acababan de estrenar la comedia Arte de Yasmina Reza, en la que tres personajes discuten el valor de un lienzo completamente blanco por el que uno de ellos ha pagado una fortuna; al salir de la función, no tardé en llevar la contraria a mis acompañantes, censurando el argumento como un chiste viejo del que yo ya me había reído, cuando era niño, a costa de mi tía. Si me hubieran preguntado entonces por el cuadro que ocupaba el recibidor de casa de mis padres, yo habría hablado del informalismo, el cubismo, el constructivismo, el espacialismo y hasta del misticismo del color blanco. En definitiva, como todos los enterados, me tomaba demasiado en serio, perdiendo de vista, con mi fingida seguridad, la enseñanza que hoy valoro más del arte contemporáneo, esto es, su poder de descubrir nuestra propia imbecilidad, la falta de solidez de las ideas que nos sustentan. Si tiramos de etimología, un imbécil es precisamente aquel cuya debilidad le hace necesitar un bastón. Quien dice un bastón dice una voz autorizada, un canon, una academia, un padre, un profesor, un gurú, un recitado de ismos... Cuando nos enfrentamos a una obra de arte, nos miramos en un espejo que nos cuestiona. Lo interesante aquí no es establecer un juicio estético sino contemplar qué se mueve por dentro, las defensas que se activan y los apoyos -y bastones- que se quiebran.

Mi tía se reía porque su idea del arte obedecía a ideas premodernas de representación fidedigna y búsqueda de la belleza, y aquel cuadro que parecía una alacena de diseño donde guardar las llaves no podía ser arte. Sin embargo, y aunque fuera de manera involuntaria, mi tía con su reacción estaba cayendo en la trampa del arte contemporáneo, de un arte que traslada su valor del objeto a la experiencia. Mi tía, a su manera, había experimentado aquel cuadro al confundirlo con un armarito; digamos líricamente, que al no poder abrir la puerta del armario se le abrió el camino del arte contemporáneo.

Así, con el tiempo y estos intentos de escribir sobre arte sin vender humo, empecé a mirar con otros ojos a mi tía, y a ver como una de las virtudes de una obra contemporánea, esa risa nerviosa que provoca en ocasiones. El arte moderno ha luchado, en una continua espiral de rupturas, contra los intentos reduccionista de limitar su campo a una definición cerrada, hasta el punto de ser la ruptura en si misma su principal razón de ser. El arte contemporáneo se afirma en su interrogación y en su negación. ¿Es esto un cuadro o un Romi sin bombillas?

De esta forma pasé de asumir en mi niñez que aquello era arte porque lo decía mi padre, a recuperar con los años la inocencia perdida. Recuperar la inocencia y la curiosidad consiste en olvidar las respuestas y volver a las preguntas. Los niños jugando a ser mayores y los mayores jugando a ser niños. Las obras de arte tienen que abrir espacio, derribar ideas preconcebidas, cuestionar el aprendizaje adquirido y señalar en otras direcciones nunca concluyentes. Serán verdad en la medida en que descubran las mentiras que nos sustentan.

Por supuesto, como objeto dentro de una red comunicativa, una obra de arte se presta a tantos usos y apropiaciones como se le quiera dar, lo cual no quiere decir que cualquier interpretación sea plausible; como decía William Blake, “no ve un mismo árbol un sabio que un tonto”. ¿Qué hubiera pasado si mi padre no hubiera aceptado el cuadro de Gerardo Rueda? Lo más probable es que hubiese acabado en el basurero municipal de Huelva o pasto de las llamas de una fogata de albañiles. Cada cual usa el arte a su manera, unos lo salvan y otros lo queman. Hasta ahora he ido soslayando la grosería del precio, pero la pregunta es inevitable ¿le habrían dado valor al Romi de saber que cuesta una pasta?

Dejo la pregunta en el aire; ya tendremos tiempo, en próximas entregas, de aterrizar en el mercado.



Por último, mi padre me envía junto a las fotos del cuadro, este croquis, donde trata de explicarme la complejidad volumétrica de la obra. Le digo por teléfono que no me parece tan destacable la destreza técnica, y él me responde que no se trata de un cuadro plano sino de un estudiado juego de volúmenes que despliega unas sutiles diferencias de sombras y luces. Como cuando era pequeño -maravillado esta vez por mi propia imbecilidad-, le vuelvo a dar la razón. Antes de despedirme le preguntó si consiguió averiguar el título real del cuadro. Me dice que no. Con tanto trasiego nuestro Rueda perdió el nombre. Así que el Rueda o el Romi, a gusto del espectador.



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Les dejo con cuatro obras de Gerardo Rueda expuestas en el Museo de Arte Abstracto Español. He tomado las imágenes del blog de un viajero que nos muestra los atractivos turísticos de la ciudad de Cuenca. Al llegar al citado museo, antes de dar paso a la galería de fotos advierte que, en su modesta opinión, “algunas de las piezas deberían estar guardadas en los sótanos”.



Gerardo Rueda. Guadalquivir (1975)




Gerardo Rueda. Madera gris con amarillo, blanco y negro (1965)



Gerardo Rueda. Verdes del bosque de la Alhambra (1988)



Gerardo Rueda. Conferencia (1976)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta el diseño gráfico y la navegación del sitio, agradable a la vista y buen contenido. otros sitios son demasiado llena de suma

Anónimo dijo...

Gracias por la gran información! Yo no habría descubierto esto de otra manera!