jueves, 25 de septiembre de 2008

Las nubes siguen siendo nubes



Algún día contaremos juntos nuestra historia. Mientras tanto bastará decir que nos quisimos a destiempo: ella me quiso primero, como quieren las mujeres enérgicas, apasionadamente, y yo la quise después, cuando ella ya sólo quería ser mi amiga. Se reirían mucho si me hubieran visto mendigándole un poco de cariño, elaborando alambicadas teorías sobre la amistad y el roce, sobre la libertad y el goce.
Al final quedó una gran amistad, la confianza de haber vivido muchas cosas y saber que la aventura continúa; que quizás nuestro amor fue un experimento fallido y pasajero, pero que como amigos nos queremos para siempre. Suena, lo sé, a frasecita de carpeta de quinceañera y, sin embargo, no saben ustedes cuánta verdad encierra.
Por el camino se fueron quedando un par de canciones que ya casi he olvidado y este poema que escribí -cuando yo sólo quería ser su amigo-, para tratar de convencerla de que el amor que ella sentía hacia mí era, en realidad, una invención; una proyección similar a la que hacemos cuando buscamos formas en las nubes. Ya entonces éramos muy amigos y el no estar de acuerdo en algo -en este caso el amor-, y nuestra natural tendencia al desparrame, nos hacía teorizar mucho buscando fórmulas y encajes imposibles. En fin, este poema con aires de reproche y aterrizaje forzado que, tan pronto lo lancé, no tardó en volver cual boomerang, a tirarme del caballo:


Tú no has estado en el paraíso
y hablas de él como si fuera tu casa

En el jardín se secó el almendro
como lágrimas secas fueron cayendo las hojas
reclamando para sí el descubrimiento del fuego
la extinción de los pájaros azules

Yo probé a cerrar los ojos
por ver si así despertaba

Pero las nubes siguen siendo nubes
y las estrellas no saben de astronomía

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