martes, 27 de enero de 2009

Mujeres, lavadoras y anuncios electrodomésticos.


Coral estaba estudiando la representación de los géneros en la televisión. Un día le preguntó a su abuela qué invento había sido más importante para ella. Para su sorpresa –Coral esperaba que le dijera que la televisión- su abuela contestó que la lavadora.

La popularización de la lavadora automática se empieza a producir en Europa después de la segunda guerra mundial, pero en España no fue hasta bien entrados los años 60, con el desarrollo económico, cuando se empezaron a ver en las cocinas y en los patinillos patrios. ¡Cuánta ropa debió de lavar a mano la abuela para citar a la lavadora como el invento más importante en su vida!

Luego llegaron los chistes electrodomésticos y los anuncios de la tele. Los dos con el aroma machista de la época. Un chiste: ¿en qué se parece una mujer a una lavadora? en que le echas unos polvos y te lava la ropa. (Advertencia al lector: no tienen por qué reírse, la inclusión de este chascarrillo en el post atiende a un interés puramente socio-simbólico, es decir, ilustrativo de la imagen de la mujer vinculada al electrodoméstico). Aunque este chiste es posible que fuera posterior, lo que está claro es que no podía ser anterior a la invención de la lavadora.

Y ahora un poco de publicidad; vean, vean, cómo se representaban los roles sexuales en la televisión de los sesenta. ¡Qué contentas se ponen con sus cocinitas Corcho!, con su lavadora Invicta traída en helicóptero y su horno que se limpia solo, de la marca Edesa. Qué tranquilas se quedan con Cointra. Qué desafío al conformismo, con la superautomática zanussi. Miren, miren -ahora que se va, marginado por el gas ciudad- la llegada del butano a los campos más lejanos, allí donde no llega la corriente:

sábado, 17 de enero de 2009

Yo es otro. Un rápido atardecer en la laguna artificial.

Es invierno y atardece en la laguna artificial. Apenas una charca formada por las últimas lluvias cubre el extremo del oeste. Por un momento celebro que la obra se haya quedado a medio hacer, que no hayan llenado la laguna de agua y aquello parezca un jardín zen de guijarros lavados. Ando sobre ese fondo, al rumor de las piedras pisadas, y me acerco al borde de la charca buscando una foto.

Heráclito y el curso del tiempo cambiando el mundo a cada instante, impidiendo que el mismo hombre se bañe dos veces en el mismo río; y sobre todo Borges y su cuento El Otro. Al reflejo del agua de aquella charca se asoma el cielo atardeciendo, los árboles, la estela de un avión y el recuerdo de un cuento de Borges. Es un charco insignificante pero si me agacho y disparo –en el instante decisivo, como pedía Cartier Bresson- puedo conseguir una imagen que haga temblar el misterio.

El Borges viejo, a la orillas del río Charles, en Cambrige, se encuentra a sí mismo 50 años antes a orillas del Ródano, en Ginebra, y no se reconoce. El juego del doble en este cuento de El Otro está pasado por el agua del río de Heráclito: el viejo poco tiene que ver con el joven, apenas comparten el nombre y el miedo de haberse encontrado. El sol se va rápidamente en la charca artificial. Lo último que le dice el Borges viejo a su joven alter ego es que se va quedar ciego “Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano.” Un lento atardecer de verano; ahora es invierno y el sol ha desaparecido en apenas unos minutos. Sigo haciendo fotos, pensando en invertir la imagen para crear confusión: que el cielo, los árboles y la estela del avión sean descubierto por las piedras del borde como una ilusión espejada. Consigo la imagen que encabeza este post y cuando trato de repetir el tiro de gracia, el disparo que remate la foto definitiva y atrape el misterio, un palo y un perro se cruzan enturbiando las aguas.Me río, qué remedio, al ver escapar el instante decisivo en la boca de ese perro. Me vuelvo a reír, porque reír es un mecanismo de defensa y ese perro es un bodeguero andaluz, idéntico a otra perra que -allá lejos, tiempo atrás- paseé por otros parques. La farsa de mi vida actualizando los clásicos: Heráclito y Borges reflejados en el río, y yo y una perra en una charca de una laguna artificial. En cualquier caso, como decía Rimbaud, “yo es otro”.

Estrambote: “… Santa Lucía, abogada de la vista. Concédenos Señora, mientras dure nuestro paso por este valle de lágrimas y mudanzas, el privilegio de seguir mirando.” (Palabras finales de Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la posguerra española).

miércoles, 14 de enero de 2009

El teléfono comunica. Y un poema.


La revolución de los transportes y de las telecomunicaciones en el siglo XX relativizó las distancias entre los habitantes del planeta, hasta el punto de hacer posibles los amores telefónicos a distancia, una variable tan común hoy en día que cuesta pensar en el amor antes del invento de Graham Bell.

“Los drogadictos del progreso están dispuestos a pagar más por menos”, escribió Ivan Illich en su apuesta por una tecnología convivencial, un progreso que no fuera ni a pie ni en automóvil, sino en bicicleta. Según Illich, al franquear un determinado umbral, el progreso se vuelve contraproducente, se pasa de rosca. No hay más que fijarse en un atasco para darle la razón cuando decía que “el automóvil obstruye la circulación”. O pensar en el teléfono móvil, y su despliegue de ansiedades y controles varios, que tanto nos ha cambiado la vida, en tan poco tiempo.

En fin, el teléfono fijo tenía su encanto, pero ¿y el teléfono móvil? Supongo que no hay marcha atrás, el mundo es el que es y resulta improcedente preguntarse si los teléfonos ayudan o dificultan la comunicación. Si me preguntan a mí, contestaré con esa hermosa y equívoca frase en español, reversible como un guante, que no se sabe si dice lo que dice o lo contrario: el teléfono comunica.
Y ahora que ya no espero sus llamadas -que el amor es ya el recuerdo-, aquí el poema:

La llamada

Algún día el teléfono dejará de sonar
y tú seguirás hablando sola

Hay tanta locura escondida
en la raya de un pantalón,
en el fondo de los jarrones y las cajas
inútiles que decoran tu casa

Si vivieras aquí, si yo estuviera allí,
si la distancia fuera algo más
que un pretexto para llenar el aire
de palabras huecas

Llamar a las cosas por su nombre:
unos zapatos son unos zapatos,
un beso es un beso,
una resaca es una resaca,
una mujer es una mujer
y pagar por algo más de lo que vale
es buscarse la ruina

El mundo está lleno de hombres miserables
dispuestos a invertir en ti
sus últimas monedas

Yo siempre tuve, ya lo sabes, los bolsillos vacíos,
el pantalón arrugado y la nostalgia adelantada
del que sabe que está de paso

Los dos sabíamos algo, no mucho,
lo suficiente para no ser felices

Algún día escucharé tu nombre, sí,
y pensaré en aquella mujer que
no paraba de hablar por teléfono

Recordaré los zapatos, los besos,
la resaca interminable y la ruina,
las cajitas inútiles y los jarrones,
la distancia y mis bolsillos vacíos

También este poema
escrito mientras espero
junto al teléfono
tu llamada.

lunes, 12 de enero de 2009

Philippe Petit bailando sobre el abismo

Con suerte, la película Man on Wire nos permite disfrutar en español de la publicación de alguno de los libros de Philippe Petit. Me explico, Philippe es el hombre de la foto, el funámbulo que entre otras proezas, hermosas y delictivas, cruzó en el verano del 74 la distancia que separaba las Torres Gemelas. Los lectores de Paul Auster, al menos los de sus Experimentos con la verdad, habrán podido imaginar la figura menuda de Petit recortada contra el cielo en el prólogo que le escribió a su Traité de funambulisme, traducido al inglés como On the high wire. No sé ustedes pero a mí me intriga lo que pueda decir el más famoso equilibrista del mundo, lo que pueda decir él mismo sin intermediación cinematográfica, sin esos subrayados musicales subyugantes que salen en este tráiler y que afean con frenesí de videoclip la limpia estampa del equilibrista sobre el vacío:



La figura del funámbulo ha sido tan saqueada por poetas y artistas varios que ya es hora de que sean ellos los que hablen en su nombre. Yo mismo para la elaboración de la portada de mi último disco le llevé a Miki Leal un montón de fotografías de funámbulos en la cuerda floja; aunque luego la cuerda quedó disfrazada de tapia, el espíritu del alambre, de jugarse la vida por un gesto hermoso de desafío a la muerte, se refleja, con su poquito de ironía, en el cuadro. Pueden juzgar con sus propios ojos a la derecha de estas líneas (debajo del listado de etiquetas).

Un arte absolutamente inútil

Como dice Paul Auster, “la función del equilibrista es crear una sensación de libertad infinita. Malabarista, bailarín, acróbata, interpreta en el cielo los actos que otros hombres se contentarían con realizar en el suelo. La intención es al mismo tiempo forzada y perfectamente natural y, en el fondo, su encanto reside en su absoluta inutilidad. Tengo la impresión de que ningún arte enfatiza con semejante claridad el profundo impulso estético que tenemos todos. Cada vez que vemos a un hombre caminar sobre una cuerda, una parte de nosotros está allí arriba con él. A diferencia de los espectáculos de otras artes, la del equilibrismo es directa, simple, no necesita mediadores y no requiere ninguna explicación. El arte es el propio acto, su más pura configuración. Y si encontramos alguna belleza en él, es por el placer que experimentamos al contemplarlo.”
La imagen del funámbulo suspendido entre las Torres Gemelas es el reverso mágico y vital del atentado del 11-S. La portada del New Yorker en el quinto aniversario de la caída de las Twin Tower así lo atestigua: arriba la portada del funámbulo en el vacío y, bajo estas líneas, el reverso de la portada con el vacío dejado por Mohamed Atta y sus secuaces. The New Yorker siempre tan insobornablemente agudo.
Horror Vacui: la cuerda floja

Ah, el vacío. El funámbulo es en sí mismo una metáfora de la suerte del hombre, o por ser más precisos, la conjura de esa suerte, del destino de habérnosla con la nada. El equilibrista si no quiere caer debe estar concentrado en la tarea, no perder de vista la cuerda ni dejarse llevar por distracciones matadoras. Si, ansiosos de seguridad, el miedo a la libertad nos hace decorar nuestro vacío con barroca pasión, el funámbulo señala en la dirección contraria: acepta el vacío como es y eso le permite cruzarlo. La libertad y la creación necesitan del vacío, del espacio abierto para desplegar su baile. Y ese es el desafío de la vida, aceptar la nada para poder hacer algo; bailando. Como decía el Tao Te King: “en el ser centramos nuestra atención pero del no ser depende su utilidad”. El arte del equilibrismo muestra su utilidad en su inutilidad. Y por no aburrirles con más paradojas, me despido con unas palabras del gran Philippe, un hombre que humildemente se apellida Petit: “Mira cada día como un verdadero desafío y entonces vivirás la vida en la cuerda floja”.
Estrambote: “En ningún momento del acto pensé que pudiera caerse. El riesgo, el temor a la muerte, la catástrofe no formaban parte del espectáculo. Philippe había asumido total responsabilidad por su propia vida y yo sentía que nada podría alterar esa resolución. El equilibrismo no es un arte mortal, sino un arte vital, de una vida vivida con plenitud; lo que equivale a decir que la vida no se esconde de la muerte, sino que la mira directamente a los ojos. Cada vez que Philippe se sube a una cuerda, toma posesión de esa vida y la vive en toda su regocijante inmediatez, en toda su dicha. Ojalá viva hasta los cien años.” (Paul Auster, “En la cuerda floja” 1982, Experimentos con la verdad.)

Y si quieren más, la video-noticia en El País, pulsando aquí.