viernes, 19 de septiembre de 2008

¿Lorca es todos los muertos?


Leo en El País un titular escandaloso: García Lorca es todos los muertos. La licencia poética es de Francisco Rico que tirando de sinécdoque declara al periodista Juan Cruz, que Lorca es todos los muertos y que todos los muertos son Lorca. Esas grandes frases que resuenan tanto que nos hacen perder el sentido.

Resulta que a vueltas de la recuperación de la memoria histórica van a encontrar los huesos del poeta, entremezclados con los de un maestro republicano y los de dos banderilleros anarquistas. Será en el barranco de Víznar, en una fosa común en la que yacen miles de asesinados más; aunque según Ian Gibson los restos del poeta podrían estar debajo de un olivo, otras fuentes señalan que se encuentra enterrado a 400 metros de allí. Así que bueno, a poco que les falle el cálculo, se van a encontrar con miles de huesos que habrá que limpiar, clasificar, identificar mediante pruebas de ADN… para volverlos a enterrar. Aquellos que hayan sido reclamados por familiares, como es el caso del maestro y de uno de los banderilleros, tendrán su lápida y su nombre o, tal vez, sus restos serán incinerados para que lo poco que quede de ellos se lo lleve el viento. Pero ¿qué harán con todos aquellos no reclamados a los que se encuentren por el camino? ¿Una nueva fosa común? ¿Un monumento a los caídos inaugurado por el rey y el presidente Zapatero? ¿De eso se trata cuando hablan de recuperar la memoria histórica?
Entendiendo la memoria como un espacio de lucha, los redactores de la revistaArchipiélago , en su especial sobre Mayo del 68, escriben un párrafo iluminador:
"Recuperación de la memoria es un mal comienzo: la expresión pareciera ya aludir a una reconstrucción del pasado que apuntala o completa el presente. En España nos remite inmediatamente a la gestión pesadamente institucional de una memoria de los mártires de la democracia a los que se debería reparar y pedir perdón, sin mayor preocupación por saber si los militantes antifranquistas eran verdaderamente mártires de la causa constitucional, sin imaginar que quizás pueda haber formas de reparación que no pasen por arriba, sino por establecer desde abajo otro tipo de continuidades con el presente de luchas".

Desde la perspectiva de una memoria viva, tanto el recuerdo del movimiento del 68 como el de los revolucionarios anarquistas que fueron represaliados en la guerra y en el franquismo, son necesariamente conflictivos con el presente. Las aspiraciones de cambio social, de lucha a favor de una sociedad sin clases, sobra decir que no se han cumplido. Para un anarquista -como eran Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, los dos banderilleros que reposan junto a Lorca- la democracia representativa es un engaño, una intermediación tramposa que sirve para que los de siempre sigan mandando. Lo interesante de este episodio de exhumaciones que se avecina no es tanto que se realicen o no, sino si verdaderamente van a servir para recordar y de qué manera. La verdad es que, a 30 años de los Pactos de la Moncloa que decretaron el olvido, no creo yo que vaya a servir de mucho. Curiosamente estos pactos fueron suscritos por todas las fuerzas sociales, económicas y políticas, salvo por la CNT, a la que dicho sea de paso, no tardaron en hundirla, desde arriba, con el caso Scala.

Pese a la juiciosa cautela de la familia Lorca, partidaria de que los restos del poeta se queden allí: “Nos preocupa - ha dicho Laura García Lorca- que una exhumación parcial marque diferencia entre unos y otros. Ahora todos descansan en un cementerio común, todos han sido víctimas del mismo salvaje y cruel asesinato. Entendemos que esa es su tumba definitiva, en ese barranco y en esa compañía. No nos gustaría destacarlo por encima de nadie. Ahí debe descansar como uno más, en orden alfabético, junto a los demás.” Pese a esta cautela, digo, El País titula hoy que Lorca es todos los muertos, una sinécdoque grosera que con su trazo grueso oculta la realidad de miles de personas asesinadas. Porque si Lorca es todos los muertos ¿quiere eso decir que una vez que se exhume su cadáver y se vuelva a enterrar se habrá hecho justicia con todos los represaliados? Obviamente no, la parte por mucho que se empeñen los periodistas que juegan a ser poetas, no es el todo.

Stalin dijo una vez -según recoge Martin Amis en Koba el temible- que una muerte es una tragedia pero que la muerte de un millón de personas es mera estadística. A ver si con esto de decir que Lorca es todos los muertos no se le está dando la razón a Stalin: haciendo de la tragedia del poeta el símbolo de todos los muertos lo único que se está haciendo no es recuperar la memoria sino empaquetarla en una metáfora que desnaturaliza la suerte de los miles de represaliados.

Más sentido que estos lances escatológicos de huesos y tumbas, sería atender a lo que de vivo tenía aquel pasado cruentamente interrumpido. La poesía de Lorca, por supuesto, pero también las experiencias libertarias y las luchas anarcosindicalistas. ¿Se imaginan que de la inspiración en nuestros abuelos pasáramos a la acción y, por ejemplo, respecto al problema de la vivienda nos lanzáramos a una huelga de alquileres y de pago de hipotecas? Ah, la revolución, qué lejos queda de aquí; qué muertos estamos todos.

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