sábado, 1 de noviembre de 2008

Cantando bajo la lluvia 1. Un poema lastimoso, el diluvio, Dios y el arco iris.



Una lluvia de paraguas rotos

Llovía y me puse a escribir versos recordando el guardador de rebaños, de Pessoa. El resultado, inevitablemente cursi, te lo transcribo en prosa para que cante menos:

Llovía y yo recordaba a Fernando Pessoa: Pensar estorba como andar bajo la lluvia cuando el viento arrecia y parece que llueve más. Dejar de pensar. Estaba pensando en ti y en olvidarte. Una lluvia de paraguas rotos y no hay horizonte que no sea la extensión de esta fatiga. Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo. No pienses demasiado. No temas. El diluvio universal duró sólo cuarenta días.

Hasta ahí el poema lastimoso que muestro como ejemplo de puente hacia otra cosa. Concretamente de puente hacia el diluvio, y más tarde al arco iris, pues sigue lloviendo y ya te digo, la lluvia me pone sentimental y cursi, y Alberto Caeiro, el guardador de rebaños, me deja bucólico, pastoril y hasta pensando en Dios.

Llega el diluvio

La lluvia tiene arrastre desde tiempo inmemorial. Armado con mi paraguas roto acudo a beber a la fuente primigenia y me encuentro con Dios arrepentido de su creación:

“Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, -desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo- porque me pesa haberlos hecho.”

La historia del diluvio es una historia apasionante. Dios está enfadadísimo y decide “acabar con toda carne, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos.” Pero Noé era el hombre más justo y cabal de su tiempo, y Dios le encarga la construcción del arca y la misión de salvar escogidamente a las criaturas: “de todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, el macho con su hembra.” En fin, Dios y sus discriminaciones aparte, el caso es que Noé, pese a tener seiscientos años, tuvo la energía suficiente para enfrentar el encargo divino y a los siete días, justo a tiempo, ya estaba en el arca con su familia y con toda la fauna universal.


Cuarenta días y cuarenta noches duró el diluvio hasta que Dios se acuerda de Noé y desata un viento que hace decrecer las aguas: “se cerraron las fuentes del abismo y las compuertas del cielo, y cesó la lluvia”. Las aguas van descendiendo poco a poco y un atardecer la paloma que Noé había soltado para investigar, vuelve con una ramita de olivo en el pico. Se secaron las aguas y Dios ordena a Noé y los supervivientes “que pululen sobre la tierra y sean fecundos y se multipliquen”. Después de la contención, con el aire limpio (no quiero ni pensar el olor de aquel barco repleto de bestias), llega el desparrame y la copulación repobladora del nuevo orden mundial.

Y el arco iris

Llega también el arco iris como alianza de Dios con las criaturas: “Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y toda alma viviente, toda carne, y no habrá más aguas diluviales para exterminar toda carne. Pues en cuanto esté el arco en las nubes, yo lo veré para recordar la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra.”



Y la lluvia ya no es la misma porque Dios ahora es un monarca constitucional.

Según Erich Fromm en este pasaje del génesis el concepto de Dios evoluciona: de jefe tribal y arbitrario a monarca constitucional. Su exégesis en torno al primer pacto de Dios con las criaturas, simbolizado por el arco iris, merece la pena ser leído con atención. Al menos a mí, con la que está cayendo, me tranquiliza; hay tanto loco suelto declarando guerras en nombre de Dios que escuchar a alguien inteligente se agradece:

“Con la sanción del pacto, Dios deja de ser el soberano absoluto. Él y el hombre se convierten en asociados en un tratado. Dios se transforma de “monarca absoluto” en “monarca constitucional”. Está sujeto, como está sujeto el hombre, a las condiciones de la constitución. Dios ha perdido su libertad de ser arbitrario, y el hombre ha ganado la libertad de ser capaz de desafiar a Dios en nombre de las mismas promesas de Dios, de los principios establecidos en el pacto. En él hay solamente una estipulación, pero esta es fundamental: Dios se obliga a respetar absolutamente toda vida, la vida del hombre y de todas las criaturas vivientes. El derecho a vivir de todas las criaturas vivientes queda establecido en la primera ley, que ni siquiera Dios puede cambiar.”

Así que bueno, si Dios cumple su palabra, diluvio hubo uno y no más. Y ya podemos salir a la calle, amparados por el arco iris, a bailar y cantar bajo la lluvia, sin miedo a la autoridad ni a la inundación:



Y aquí lo dejo, ya está bien de tanta deriva y tanta dérive.

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