
Ivone acaba de llegar de Cuba con una beca posdoctoral para investigar las aplicaciones de la espirulina; un alga para mí y para el común de los mortales desconocida, pero a la que ella ha consagrado años de estudio farmacéutico.
Como soy de letras y amante de las perspectivas panorámicas siempre me llama la atención la hiperespecialización científica. En mi suprema ignorancia digo espirulina y achino los ojos como intentado ver más allá: un fondo marino de vivos colores, un remedio natural y milagroso para evitar el envejecimiento de las células, una nueva droga portadora de la felicidad y sin efectos secundarios… En fin, relleno mis lagunas con paletadas de imaginación psicodélica mientras pienso que este fin de año, no voy a necesitar ni un buche de champán ni una calada de porro: me bastará con una pequeña dosis de espirulina para empezar una nueva vida, más feliz, más joven y más colorida. Se nos murió Albert Hoffman pero aquí está Ivone y su espirulina.
La espirulina no todo lo ilumina
La llamo por teléfono y, como era de esperar, mi imaginación ha volado demasiado lejos. Por no perder el rigor académico, tratándose de algo científico, le pregunto por el título exacto de su tesis doctoral: “Desarrollo de una línea cosmética para la protección solar con estracto de espirulina platensis cubana”. Pero Ivone, me aclara, está aquí, en Sevilla, para introducir la espirulina en forma sólida como suplemento vitamínico. Me explica que además de las aplicaciones cosméticas, la espirulina –una microalga similar a los sargazos que llegan hasta la orilla de la playa- es rica en proteínas, minerales, vitaminas, aminoácidos esenciales, ácidos grasos poli-insaturados, etcétera. Su misión es convertir el alga en comprimidos: pirulas de espirulina, pero sin vuelo psicotrópico. La realidad siempre a pie de tierra.
Olvido, decepcionado, el alga, y le pregunto por qué su nombre se escribe con una sola ene y no dos. Su padre le inscribió mal en el registro. En Cuba los nombres no están limitados por el santoral ni tampoco por el buen gusto, recuerdo que en Guantánamo, desde donde se ven aterrizar los aviones en la base naval estadounidense, algunos niños atienden al nombre de Usnavy.
Ivone acaba de llegar hace diez días y lo primero que tuvo que hacer al bajar del avión fue comprarse unas botas, ya que las chanclas playeras que tenía no sirven para el invierno. Luego se compró un chaquetón y, aun así, no ha podido evitar caer enferma de gripe.
Piropos a mansalva

Me despido hablándole de un cortometraje protagonizado por un amigo, José Chaves, con el que, precisamente, viajé a Cuba en el año 96. Mi señora, dirigido por Juan Rivadeneira, es uno de los videos españoles más visto por internet, un auténtico suceso mediático que, entre otras cosas, debe su éxito a su incorrección y a su inmoderada falta de respeto hacia la profilaxis verbal impuesta por el feminismo. Una lectura atenta de Freud y de su libro El chiste y su relación con lo inconsciente, permitiría identificar los mecanismos de liberación que activa la risa en relación con lo reprimido. Sin embargo, para no alargarnos más, bastará con una cita de Cioran que ahuyente a las malhumoradas y represoras feministas: “la religión, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son más que cruzadas contra el humor”. Ahora, diviértanse: