miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Fidel Naranja? Entre el equívoco y el abandono


La adolescencia la pasé en el campo. Una finca de agricultura ecológica con 550 naranjos a dos kilómetros de Coria del Río. Desde los 14 a los 18 años viví en aquella casa con techo de madera y un suelo que en invierno rezumaba humedad. Teníamos una alberca enorme con la que regábamos la finca y el huerto, y en la que nos bañábamos desnudos. El agua, siempre nueva, salía de un pozo perforado a treinta metros. Está fría pero está viva, decíamos antes de sumergirnos o ponernos directamente bajo el chorro helado.

Mi madre y el marido me compraron una yegua a la que pusimos de nombre Tacones por el ruido que hacían sus cascos al paso. Por aquellos años, El Último de la Fila cantaba lo de Como un burro amarrado en la puerta del baile, y yo, muchas noches de verano, al impulso de otras melodías, salía por el pueblo de Coria montado en mi yegua. Algunos paisanos me increpaban, ¡Quillo échale paja al borrico! porque la yegua era bajita y a mí me colgaban las piernas hasta casi tocar el suelo: la estampa del llanero solitario, pero paseando por el Callejón del Gato. Han pasado dieciséis años y, aunque no he vuelto a montar a caballo, guardo intacta en la memoria la sensación física de libertad que experimentaba al ascender un cerro al galope y encontrarme con el sol atardeciendo.

De todas las historias que yo pueda contar sobre mi vida, la de mi adolescencia jipi es la que más curiosidad despierta. Supongo que porque la naturaleza humana está infectada de melancolía y la posibilidad de una isla como aquella encarna el retorno al paraíso perdido, donde con alzar la mano se halla el fruto. La nostalgia del urbanita se recrea en el sabor auténtico de una zanahoria, en el autóctono de un tomate o en el perfume sinestésico del azahar cuando llega la primavera. Por no hablar del sabor de una naranja que ha madurado en un árbol a tres kilómetros del Guadalquivir, nada que ver con esas que saben a moho y pólvora fallera.

La adolescencia está llena de ritos iniciáticos -voy a hablar de drogas, sí, pero sólo un detalle, un detalle compartido por muy pocos-.Mis amigos y yo mantenemos asociada la experiencia iniciática de nuestros primeros porros con el sabor de las naranjas de aquella finca, con el taconeo de mi yegua y con un arroz macrobiótico con cebolleta, zanahoria y tofu. Luego llegábamos al pueblo y nos gastábamos la paga en Donuts, caracolas y demás bollería industrial, para saciar nuestra porreril demanda de glucosa. Pero mientras permanecíamos en aquella isla de árboles, el colocón se alargaba en una dulzura refrescante de naranjas.

Años después de que mi madre vendiera la finca y se fuera a vivir, sin marido, a un cómodo adosado, una novia que tuve, cuando yo trataba de explicarle que nuestra vida anterior en el campo no era exactamente jipi, si no otra cosa, burgueses de extravíos utópicos, pero burgueses al fin, ella me decía:

-Mi amor, los que hacen saunas en un tipi, con piedras calentadas en un fuego de leños y golpeadas con ramas de eucalipto mojadas, los que en familia y con invitados se embadurnan de arcilla y se ponen al sol… son jipis. ¿Quién con catorce años, en un instituto de un pueblo perdido, se lleva para desayunar un bocadillo de pan integral con seitan?

Mi resistencia era contra las ideas preestablecidas sobre los jipis; me negaba a catalogar una memoria viva con una etiqueta convencional y reductora. Por otro lado, la tragicomedia humana, pensaba y pienso, se reproduce en contextos muy diferentes y un cambio de decorado no cambia demasiado la trama. Todos los aspectos memorables de aquella juventud tienen también su reverso. Y esa luz y esa sombra requieren para su relato otro espacio distinto a la conversación improvisada. Tampoco este blog moribundo es su sitio. Bastará decir por hoy que en el paraíso no hay agua caliente.

En cualquier caso, guardo un recuerdo luminoso de aquella vida pasada, y, como he tratado de explicar en el extenso prólogo que les he soltado, una naranja para mí es algo más que para el común de los mortales. Así que, cuando me abrí mi primera cuenta de correo electrónico, usé como contraseña personal la primera palabra que me vino a la mente, que no era otra que naranja. Con ella vine funcionando en varias cuentas, hasta que, al abrirme la que hoy utilizo, naranja se convirtió involuntariamente en mi apellido. Puse naranja como contraseña y apareció como mi apellido. Algo hice mal y mis correos, desde hace tres años, aparecen en la bandeja de mis destinatarios presentados por ese nombre imposible y malsonante de Fidel Naranja. He intentado en vano, y hasta con la ayuda de algún amigo, corregir la errata, pero no consigo arreglarlo. No sé cuantas veces he tenido que dar explicaciones sobre el asunto y tampoco sé (uno sabe tan poco sobre uno mismo), por qué no me he cambiado de correo todavía, con todas las explicaciones que tengo que dar para que no confundan mi apellido.

El último equívoco me ha hecho recordar toda esta historia. Resulta que una entrevista que le hice a Daniel Raventós sobre la Renta Básica para la revista El Estado Mental, se ha publicado en internet en la página de la Red Renta Básica y en la de ATTC España y rápidamente a migrado de web en web y de blog en blog. Aparece firmado por mi nombre, sí, pero apellidado Naranja. Pienso en los fenómenos de identidad y en la simulación de estos tiempos en los que el escaparate personal ocupa esquinas virtuales; como cantaba Battiato, Quién soy yo, dónde estoy cuando estoy fuera de mí, de dónde vengo, dime dónde voy... Pienso también en la Renta Básica y en cómo repoblaría de jipis nuestras campiñas, aunque nunca serían demasiados porque pocos son los que en estos tiempos fríos renuncian al agua caliente… Pienso en que no estaría mal mandar el artículo que escribimos a cuatro manos, Fernando Casani y yo, a las web que han replicado la entrevista, al fin y al cabo esta cerraba un texto donde se explicaban las razones del Derecho a la Existencia, sin lo cual las preguntas a Raventós se quedan algo descolgadas… Aunque pienso también que es un orgullo ver rebotado por la web una entrevista que a lo único a lo que aspiraba es a ser útil… Pienso, vuelvo a pensar, que Naranja es un apellido horrible, que como contraseña, en la intimidad de mis candados, no estaba mal pero que como apellido público es pesado: me recuerda inevitablemente mi torpeza con la tecnología, mi pereza, mi adolescencia jipi. Mister Mandarina o incluso Señor Naranja, tienen un pase cómico, pero ¿Fidel Naranja?... Pienso que, sin más dilación, tendré de cambiar de cuenta de correos…Pienso y me río, porque seguramente no haré nada y seguiré viviendo, como quien no quiere la cosa, en el equívoco y el abandono.

viernes, 4 de marzo de 2011

El Estado Mental ya está en la calle


Amigos, rompo mi silencio en este espacio después de dos años de ausencia. No podía ser de otra forma, El Estado Mental ya está en la calle y su título es inequívoco: Tenemos Que Hablar.

"Una acción artística en formato de revista física que tiene como objetivo la revisión apacible del espíritu de la época", una aventura que nos ha tenido entretenidos más de año y medio.

Son más de 300 páginas sin publicidad, lo cual en el mundo en que vivimos es un auténtico descanso para los ojos: análisis, entrevistas, proyectos artísticos, cuentos, conversaciones, propuestas varias, cómic, una fotonovela, un manifiesto y otros experimentos. En formato físico, sí, reivindicando el papel del papel en la época digital, y no por afán neoludita sino porque creemos que de haber sido una revista en red tendríamos que haberlo hecho de otra manera muy distinta, para la que no estamos aún preparados. Así que una revista en papel, y con artículos largos, en fin, un elogio a la lentitud en estos tiempos descuadernados y veloces.

Si pasan por un quiosco y deciden comprarla tengan cuidado, la portada da calambre. Los que prefieran esperar en casa al cartero, que siempre llama dos veces, sólo tienen que encargarla a través de esta web.
Los amantes de la radio, aquí tienen una conversación entre este servidor y otros ilustres colaboradores del proyecto: la sin par Coral Herrera, conocida en el mundo entero como Doctora Amor, Marcos Giralt Torrente, un escritor al que admiro y cuya última novela Tiempo de vida es de lo mejor que he leído este año pasado, Julián Rodríguez, que además de ser un gran escritor es el editor de Periférica, y Lara López, directora de Radio 3 que insistió en hablar de la revista y nos dedicó su programa entero.

Músicas posibles - El estado mental: Tenemos que hablar - 05/02/11